Niño asesino, Yo!

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“…Me acerqué lentamente hasta llegar a su lado. Ella pudo notar, por el reflejo del vidrio, el momento en que saqué la caja de fósforos del bolsillo de mi pantalón. Encendí uno y lo aproximé a un extremo de su ropa. Prendió instantáneamente. Se sobrepuso a la sorpresa y se echó a correr. Eso avivó las llamas. Ardía. Ya estaba completa, con luz propia. Era una gloriosa bola de fuego desplazándose sin rumbo.”

Estremecedores relatos sobre niños asesinos “…Tenía que rematarlo. Busqué a mi alrededor. En los baldíos se encuentra de todo. Tomé un clavo de aproximadamente diez centímetros y, ejerciendo toda la presión de la que era capaz, intenté incrustárselo en la sien. No pude. Era muy cabeza dura. Con una piedra que cumplió la función de martillo lo fui golpeando. La sangre me salpicó un poco la remera y las alpargatas. Por fin pude introducir el clavo. Pasó de lado a lado.”

 

Karina Casanova

Nació el 03 de noviembre de 1973 en Buenos Aires. Vive en Lomas de Zamora. Es Licenciada en Turismo de la Universidad del Salvador, Buenos Aires. Y Técnica
Superior en Negociación de Bienes de la Universidad Tecnológica Nacional, Buenos Aires. Mamá de tres hijas María Sol, Agustina y Guadalupe.
En su tiempo libre escribe y juega fútbol (muy mal, según ella misma afirma) con amigas.
En 2018 Editorial Almaluz publica “Historias de la 22”, su primer libro de cuentos cortos.

 

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Descripción

Niño asesino, Yo!

“…Me acerqué lentamente hasta llegar a su lado. Ella pudo notar, por el reflejo del vidrio, el momento en que saqué la caja de fósforos del bolsillo de mi pantalón. Encendí uno y lo aproximé a un extremo de su ropa. Prendió instantáneamente. Se sobrepuso a la sorpresa y se echó a correr. Eso avivó las llamas. Ardía. Ya estaba completa, con luz propia. Era una gloriosa bola de fuego desplazándose sin rumbo.”

Estremecedores relatos sobre niños asesinos “…Tenía que rematarlo. Busqué a mi alrededor. En los baldíos se encuentra de todo. Tomé un clavo de aproximadamente diez centímetros y, ejerciendo toda la presión de la que era capaz, intenté incrustárselo en la sien. No pude. Era muy cabeza dura. Con una piedra que cumplió la función de martillo lo fui golpeando. La sangre me salpicó un poco la remera y las alpargatas. Por fin pude introducir el clavo. Pasó de lado a lado.”

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